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El cannabis en la Peninsula

Retrospectiva histórica del cáñamo en la Península Ibérica

La planta cannabis sativa se cultiva en la península ibérica desde hace siglos. En opinión de Guerra (2006: 215) algunos autores sostienen que se introdujo en Europa durante la Edad de Hierro, pero su cultivo no se difundió hasta la expansión romana (siglo I a. C). Sherrat (1987 en Guerra, 2006: 215) apunta, que la planta originaria de Asia Central, se extendió en Europa durante el tercer milenio antes de Cristo, aunque durante las centurias posteriores «se vería desplazado como embriagante por las bebidas alcohólicas y como fibra textil por la lana, de tal manera que quedaría abandonado para cobrar un nuevo impulso con la llegada de los romanos que lo explotarían para la confección de cuerdas». Samorini defiende que ninguna comunidad humana transportó el cannabis de Asia a Europa. Según el etnopaleontólogo italiano, el hecho de que haya hecho fortuna la idea de que procede de Asia tiene la función simbólica de expulsarla de nuestro acervo sociocultural, con el objetivo de que sea conceptualizada como planta «extraña» y maligna.

Los hallazgos de cáñamo en contextos neolíticos y calcolíticos en Europa son diversos, desde Europa Central hasta la península ibérica. En el territorio que ocupa la España actual, diversos yacimientos atestiguan la presencia de cáñamo durante la prehistoria como, por ejemplo, el de Abrigo de los Carboneros (Murcia), el del Coll de Moro (Tarragona) o el de As Pontes (Lugo), aunque existe evidencia contrastada de su uso como fibra textil, los expertos mantienen posiciones contrapuestas a la hora de dilucidar su empleo como psicoactivo. Sea como fuere, las evidencias arqueológicas nos demuestran que el cultivo de cáñamo acompaña a la población de la península ibérica desde hace milenios.

En opinión de Usó, la «planta no cobró cierta relevancia hasta después de la invasión musulmana». El historiador de las drogas, señala la difusión del cannabis en el Al-Ándalus con finalidades recreativas. Los trabajos arqueológicos descubrieron utensilios para fumar cannabis en la Medina Azahara, Badajoz, Córdoba y Zaragoza. Durante el segundo tercio del siglo xiii el botánico del Sultán del Cairo, Ibn al-Baytär originario de Benalmádena, escribió el tratado de botánica y farmacología titulado Kitāb al-Jāmiʻ li-mufradāt al-adwiya wa-l-aghdhiya («Libro recopilatorio de medicinas y productos alimenticios simples»), en el cual dedica una gran atención al cannabis por sus propiedades terapéuticas.

El cannabis siguió diferente suerte en los reinos católicos de la península ibérica. El credo católico, enemigo de la ebriedad, abominaba sobre todas las plantas con propiedades psicoactivas. El cannabis era considerado un ingrediente propio de las pócimas de brujas y hechiceras. Conceptualizada por el poder pastoral como hierba del demonio portadora del mal. La Inquisición empezó a perseguirlo a partir del siglo xii. Según Usó «su persecución específica por los tribunales eclesiásticos adquirió rango de auténtica cruzada cuando el Papa Inocencio VIII promulgó la bula Summis desiderantes affectibus (1484), que incluía el cáñamo en la categoría de ensalmos de brujas, declarándolo impío, herético y satánico». A partir de entonces, el uso del cannabis como euforizante quedó perseguido, estigmatizado y condenado a la clandestinidad, aunque existen indicios literarios y etnológicos que nos permiten afirmar que continuó empleándose en la España cristiana. Durante la Edad Moderna y hasta el segundo tercio del siglo xix, a pesar de consumos recreativos marginales, la Cannabis Sativa cultivada en la península ibérica perdió psicoactividad debido a múltiples motivos, a saber, la expulsión de los moriscos (y por extensión de su cultura del cannabis), la persecución de los usos recreativos, la marginalidad del empleo terapéutico y la centralidad del uso industrial. Sea como fuere, durante la edad media y moderna, a pesar de la satanización del uso recreativo, el cultivo de cáñamo acompañó a los habitantes de la península ibérica.

Desde el xvi y hasta el primer tercio del siglo xx, el cannabis aparece en los relatos de aventureros y exploradores, por ejemplo, en las narraciones de Domènec Badia i Leblich conocido como Alí Bei l’Abbassí. Las crónicas de la época destacan los efectos placenteros del cannabis. A partir del final del siglo xix, por influencia de los decadentistas franceses, el cannabis empezó a despertar la atención de los poetas y los bohemios patrios. El máximo exponente de la literatura bohemia cannábica es la obra de Ramón María del Valle-Inclán «La pipa de kif» (1919). A pesar de los consumos recreativos de exploradores y bohemios, el empleo del cannabis entre las clases populares sin contacto con el Protectorado de Marruecos era anecdótico, sino inexistente. No puede decirse lo mismo de los usos terapéuticos. El cannabis estaba incluido en las «Ordenanzas de Farmacia» de 1860 que permitían la venta en droguerías y oficinas de farmacia. En palabras de Usó (2017: 36) «en cualquier botica española podían adquirirse libremente tres genéricos cannábicos: extracto blando o graso, o sea, manteca de cannabis, extracto hidroalcohólico y sumidades, es decir, cogollos».

A lo largo de la primera mitad del siglo xx, el epicentro de la cultura cannábica española se ubicó en el Protectorado de Marruecos. A lo largo de los años veinte el cannabis empezó a consumirse entre los militares, intelectuales y bohemios españoles establecidos en el norte de África. Las presentaciones clásicas eran el kif y la grifa, por eso, con el tiempo a los consumidores de grifa se les llamó grifotas. Durante los años cuarenta y cincuenta, el consumo de cannabis marroquí empezó a difundirse en las ciudades costeras españolas, (Málaga, Almería, Algeciras, Cartagena, Cádiz, El Puerto de Santamaría, etc.) además de las grandes ciudades (Madrid, Barcelona, Sevilla y Bilbao), sólo una minoría lo plantaba en terreno propio. El consumo de cannabis se producía en contextos marginales, protagonizados por «legionarios, ex legionarios, gente del mundillo del flamenco, chulos, prostitutas, golfos arrabaleros, señoritos engolfados, rateros, carteristas, y otros delincuentes de poca monta. En palabras de Malvido (2004) «Barcelona, con puerto de mar, ex reclutas en el norte de África, barrio chino, colonias gitanas, tiene una larguísima tradición de fumadores de grifa. Y no sólo de fumadores barriobajeros. Taxistas, peluqueros, ex reclutas, asiduos a bailes populares. La mezcla de grifa y cubata se veía en los ojos pequeños, brillantes y enrojecidos de muchos clientes de bar y de baile. En casi todos los barrios populares tradicionales hay el típico círculo solitario de fumadores».

A partir de aquí ya empieza otra historia.

 

Foto by Tytania

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