Los pequeños organismos que llamamos bacterias nos han acompañado desde los inicios de la humanidad. Mientras que algunas nos permiten vivir, otras nos debilitan, enferman o incluso amenazan nuestra vida. Respecto a estas últimas, nuestra relación con ellas cambió drásticamente a principios del siglo XX debido al descubrimiento de la penicilina por parte de Fleming, así como por el posterior desarrollo de otros fármacos antibióticos. De esta manera, gracias a estos avances, en pocas décadas la población pasó de temer a la muerte por una simple infección de garganta a poder recuperarse con éxito de una meningitis infecciosa. Al reducirse sustancialmente las muertes por infecciones, los antibióticos se consideraron (y todavía se consideran) uno de los mayores logros de la medicina moderna.
Debido en parte a este entusiasmo más que justificado por los fármacos antibióticos, muchos facultativos han abusado de los mismos durante décadas, prescribiéndolos para enfermedades víricas, dolores no específicos, heridas (por si acaso) y un sinfín de condiciones en las que, simplemente, no eran necesarios. De hecho, se calcula que hasta el 50% de prescripciones de antibióticos no son necesarias. A las prescripciones inadecuadas hay que sumarle que, según algunos estudios, más de la mitad de farmacias dispensan antibióticos sin receta, una práctica que, por cierto, es ilegal. Mediante estas prácticas, lenta y silenciosamente se ha desarrollado una alarmante resistencia bacteriana poblacional. Es decir, muchas de las bacterias que antes eran sensibles a determinados antibióticos han logrado mutar y hacerse resistentes a los mismos. Como cualquier otra forma de vida, las bacterias se están adaptando a un medio hostil. Y no tendríamos ningún inconveniente en que las pobres lucharan por su supervivencia, si no fuera por el detalle de que, debido a su empecinamiento, nos encontramos en medio de una de las mayores amenazas para la salud pública. La proliferación de bacterias multirresistentes literalmente intratables (debido a que pocos o ningún antibiótico conocido puede acabar con ellas) y la reducción de la eficacia de la mayoría de antibióticos actuales han producido estimaciones preocupantes: de seguir así, en 2050 las infecciones causarán más muertes que el cáncer (alrededor de un millón de personas anualmente, solo en Europa). Como siempre, no podemos olvidar la parte de responsabilidad que tiene la industria farmacéutica en esta situación. La inversión en el desarrollo de antibióticos es irrisoria, ya que no son muy rentables. Un paciente se toma las pastillas dos semanas y elimina la infección. No es un buen negocio.
En definitiva, cuando ya parecía que habíamos ganado la guerra a las bacterias, parece que de repente la estamos perdiendo. ¿Quién podría haberlo imaginado hace tan solo unas décadas? Pero todavía quedan algunas batallas que librar. Tampoco lo podíamos imaginar, pero el CBD puede resultar un aliado esencial en esta cruzada biológica. Desde mediados del siglo pasado ya se conocían las propiedades bactericidas de la planta de cannabis. No obstante, no fue hasta 1976 cuando se publicó un pequeño reporte que informaba sobre la actividad bactericida del THC y del CBD purificados. Aunque los resultados fueron positivos, especialmente en el caso de bacterias gram-positivas (listeria, bacilos, estafilococos o estreptococos, entre otras), debido a que por aquel entonces no había una gran necesidad de nuevos antibióticos no se siguió investigando con cannabinoides.
Esta línea de investigación se retomó recientemente por parte de un grupo de investigación de la Universidad de Queensland, Australia, en un proyecto encabezado por el Dr. Blaskovich. Según Blaskovich, el CBD es un compuesto muy atractivo para ser investigado como antibiótico, ya que no solo disponemos de muchos datos sobre su amplio margen de seguridad en humanos, sino que también es posible administrarlo por distintas vías y, además de su acción bactericida, también presenta propiedades antiinflamatorias, las cuales resultan beneficiosas en cualquier proceso infeccioso.
Como puntos a destacar, se ha observado que el CBD es un antibiótico de amplio espectro en el grupo de bacterias gram-positivas. Además, es capaz de luchar contra algunas de las bacterias que ya han adquirido resistencia a los antibióticos comunes y, lo que es todavía más importante: estas bacterias no están desarrollando resistencia al CBD, lo que sugiere que podría utilizarse para el tratamiento de infecciones sin tener que preocuparse por el desarrollo de una posible resistencia bacteriana a largo plazo.
Si tenemos en cuenta la ausencia de efectos adversos relevantes y su amplio margen de seguridad, el CBD se presenta como un candidato extraordinario para ayudarnos en la actual crisis de los antibióticos. De manera que tan solo es cuestión de tiempo (esperemos que no mucho) que tu médico de cabecera pueda recetarte CBD para tratar alguna infección que haya conseguido burlar a la amoxicilina.
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