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El consumo sensato

El consumo sensato como estrategia para mejorar la calidad de vida

En el imaginario colectivo domina una representación sobre las drogas fiscalizadas que tiende a asociarlas con la irresponsabilidad, el desbarre y en última instancia con la adicción. Tal representación está ausente cuando la sociedad piensa en las drogas dispensadas en el ámbito de la medicina alopática (convencional), aunque los casos de abuso estén bien presentes, como así nos lo atestigua el uso acrítico de benzodiacepinas o el consumo desaforado de fármacos opioides. Bien sabemos que la diferencia entre las formas de entender las sustancias psicoactivas se debe a procesos sociohistóricos y políticos que han situado unas sustancias en los márgenes sociales mientras que otras se han convertido en el núcleo terapéutico de los procesos de atención y cura en nuestras sociedades. Esta diferenciación comporta que los neófitos, sin experiencia ni información, tengan más probabilidades de abusar de las drogas fiscalizadas que de las drogas legales porque los imaginarios influyen en el comportamiento de las personas, por tanto, si se nos dice que «lo normal» es abusar de las drogas, es factible que algunos «se crean esta verdad» construida y la profecía se cumpla. En el caso de las drogas de farmacia debemos emplear más esfuerzos para empezar a sufrir problemas porque la representación social normaliza y nos protege de los bretes más peliagudos. Dicho esto, debemos destacar dos premisas que nos permitirán relacionarnos con las drogas de una forma sensata y nos ahorrarán problemas y malentendidos. La primera, hay que reconocer que los usos y los abusos son parte de la realidad de las drogas, sin importar a que lado de la ley estén. La segunda, asumir que los consumos sensatos de todas las drogas, por una cuestión meramente farmacológica, son totalmente factibles (otra discusión es cuando el uso de la sustancia imbrica con factores personales, y sobre todo contextuales, que convierten los consumos en un elemento necesario para tirar adelante la propia existencia). Por tanto, el consumo sensato debe permitirnos incorporar los beneficios perseguidos mientras eliminamos a la mínima expresión la posibilidad de sufrir daños.

Vivir es asumir riesgos, pero podemos disfrutar de la vida y sortear los peligros gracias a estrategias como el autocontrol, la sensatez y la responsabilidad. Nobert Elias nos enseñó que el autocontrol de los individuos, es decir, el dominio de los seres humanos sobre sí mismos, constituye las bases del proceso de civilización, sin éste podemos afirmar que viviríamos con la violencia física como forma de comunicación entre humanos. Michel Foucault nos mostró la importancia de las técnicas de sí como estrategias para que las personas sobrevivan y doten de sentido su vida, en sus palabras «las prácticas sensatas y voluntarias mediante las cuales los hombres no solo se fijan reglas de conducta, sino que buscan transformarse a sí mismos, y modificarse en un ser singular y hacer de su vida una obra que presenta ciertos valores estéticos y responde a criterios de estilo».

Conocernos, analizar nuestras condiciones de existencia y disponer de toda la información de los fenómenos y elementos que afectan nuestra existencia, solo así podremos gozar de una vida plena. Pero queda acreditado que la llamada Sociedad de la Información, en que en un año genera tanta información como la creada por toda la humanidad desde la noche de los tiempos hasta 1950, la información es un elemento de consumo y poder. Los ciudadanos nos disponemos de toda la información paga gestionar nuestra vida. Una vida que a la mayor parte de la población nos impide auto conocernos porque estamos sometidos a unas dinámicas para poder sobrevivir que nos fagocitan el tiempo y las energías. Entonces debemos recurrir a todo tipo de acciones para sentirnos mejor y poder realizar un intento para gobernar nuestra propia alma.

Las prácticas de autoatención son indispensables para soltar el lastre de la vida cotidiana y aligerar tensiones. Encontramos muchas y de muchos tipos, desde quedar con las personas amigas para charlar y ponernos al día, salir a pasear, hacer deporte, mirar el infinito sin ninguna prisa ni ninguna otra preocupación, o també recurrir a las sustancias psicoactivas. Algunas voces no dudan en considerar que el consumo de drogas constituye, más concretamente, una práctica de auto cura, es decir, se emplea en los procesos de enfermedad para subsanarla o al menos mitigarla. Sea como sea, las drogas nos ayudan a mejorar nuestra salud psíquica, por ejemplo, reportándonos estados placenteros, o nuestra salud física, como el caso del cannabis medicinal. En los procesos de autoatención en los cuales están presentes las drogas, debemos evaluar con suma delicadeza, por una parte, los beneficios: ¿qué es aquello que me aporta? y ¿por qué precisamos de una sustancia determinada? y, por otra parte, los riesgos: ¿qué es aquello que comprometo tomando la sustancia?

Para dar respuesta a estas preguntas debemos evaluar las condiciones que rodean y posibilitan los consumos. La intensidad y la frecuencia es capital para evitar problemas, existen notables diferencias entre sustancias, pero es ideal espaciar las tomas para evitar tolerancia y gozar de los efectos con el mínimo de sustancia posible, por tanto, debemos evitar los atracones. El contexto es definitorio de la experiencia, elegir los mejores espacios, con la mejor compañía deviene capital para aprovechar al máximo la experiencia. Ya lo acabamos de decir, tomar con gente guapa que nos haga sentir bien, con la cual tengamos buen rollo, es un garante de que la experiencia será un éxito. Y, sobre todo, consumir porque quieres consumir, evitar las presiones y las situaciones que consideres que te obligan a consumir. El consumo para que sea responsable y sensato debe ser un ejercicio de libertad individual, que en ningún caso comprometa la de los terceros.

Evaluar los pros y los contras es la mejor estrategia para gozar de los aspectos deseados sin asumir riesgos que nos puedan poner en un aprieto. Este es un proceso fácil si disponemos de la información adecuada y vivimos en unas condiciones de existencia relativamente «llevables». Pero no nos los han enseñado porque el mensaje hegemónico siempre ha tendido entre el alarmismo y el negacionismo, es decir, queda mucho trabajo por hacer si queremos que las drogas generen los menos daños posibles.

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