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La dimensión social del CBD

Del lastre de la prohibición a los excesos de la sociedad de consumo.

El CBD fue descubierto por Roger Adams y su equipo en la Universidad de Illinois en 1940, aunque su estructura completa no se dilucidó hasta 1963. En 1964 Raphael Mechoulam aisló el THC en la Universidad Hebrea de Jerusalén. Es decir, el CBD fue conocido más de veinte años antes que el THC. Más allá de la efeméride, la investigación con cannabinoides ha estado lastrada durante décadas por el prohibicionismo. El lastre aún continúa, y parece que mientras opere la prohibición mundial, investigar esta temática siempre representará una dificultad extra, en la ya de por sí complicada tarea investigadora. A pesar de las dificultades, hemos observado como los resultados del trabajo científico daba resultados, y progresivamente los cannabinoides ocupaban mayor centralidad tanto en la literatura científica como en la divulgativa. En el caso del CBD, aún queda un largo recorrido para conocer todas sus aplicaciones, pero a la vista de ciertos resultados el futuro es esperanzador.

Durante los primeros años del siglo xxi, en los mentideros profesionales quedó contrastado el potencial terapéutico del CBD. En aquel momento, como en todos los productos potencialmente comercializables, algunos cráneos privilegiados pensaron que cualquier presentación con CBD, por sus características intrínsecas, sería recibido por el gran público con notable entusiasmo. A mi parecer, en un momento inicial, la comercialización de los productos de CBD basculaba entre dos espíritus. El primero, de componente activista y no lucrativo, que perseguía difundir sus beneficios entre las personas que precisaban paliar dolencias. El segundo, el proceder derivado del espíritu del capitalismo más radical que pregona que si algo puede comercializarse y convertirse en negocio, debe venderse para generar pingües beneficios. Aunque ambos aún perduran, es lógico que en un sociedad regida por el libre mercado, la orientación capitalista, con sus diferentes matices, tome la delantera y lidere el mercado del CBD. Esta situación, en esencia no es que sea ni mejor ni peor, pero las lógicas de comercialización, en el marco de la sociedad de consumo, en que el márquetin tiene un papel sumamente relevante, puede provocar que se desvirtúe las propiedades terapéuticas del CBD. Esto comporta que algunas empresas terminen comercializando «cualquier cosa» con CBD, en que el cannabinoide solo tienen el papel de reclamo comercial para atraer a los consumidores siempre atentos a las novedades. En este sentido en Estados Unidos y en Reino Unido hemos visto como proliferaba la llegada al mercado de café y té con CBD, todo tipo de munchies con CBD, e incluso quesos también con CBD. Aunque debemos reconocer que en España los desmanes de «cosas con CBD» aún están lejos de la realidad sajona.

Pero, si el CBD es un cannabinoide terapéutico ¿cómo hemos llegado a este escenario de extremo consumismo? Pues debido a una simple fórmula: producto novedoso, más buena prensa, en ocasiones con campaña publicitaria y/o de márquetin incluida, más demanda de personas que por necesidad o por buscar mayor bienestar recurren al CBD. En consecuencia, emerge cierta tensión entre quienes defienden sus usos terapéuticos y aquellos que consideran que es un aliado para la salud. Entonces ¿los debemos reservar para usos terapéuticos? o ¿los podemos incorporar en nuestra dieta para mejorar nuestra salud y nuestro bienestar? En principio, ambos cometidos, tampoco son inherentemente contradictorios, y pueden convivir sin demasiadas controversias. Pero el punto conflictivo aparece en los procesos de control y calidad que deben acreditar los productos de consumo para alcanzar su comercialización. No es lo mismo, los requisitos que debe certificar un fármaco para llegar a los anaqueles de las farmacias que un alimento cualquiera, por ejemplo, un pan de molde. Y, de los procesos de control y garantía, derivan la mayor parte de los problemas sociales asociados a los productos de CBD.

En un primer momento, los principales demandantes de CBD eran personas con enfermedades susceptibles de ser tratadas con este cannabinoide, pero las dificultades inherentes a comercializarse como producto sanitario, junto a su buena prensa como producto para mejorar la salud, comportó que su comercialización se banalizase hasta cuotas peligrosas. En consecuencia, se empezó a vender productos contaminados, mal etiquetados o con un porcentaje de CBD muy lejos del indicado. El CBD nunca ha estado sometido a fiscalización, es más, la OMS en 2018 ratificó que no debía incluirse en ninguna lista de fiscalización de los Convenios de Naciones Unidas, pero al ser un cannabinoide, la mejor estrategia para venderlo ha sido no preguntar más de la cuenta a las autoridades competentes. La imbricación entre prohibición, sociedad de consumo y la falta de regulación ha provocado abusos en su comercialización.

La protección del consumidor es el gran reto. Existe un conjunto de población, cada vez más numerosa que demanda productos de CBD ¿cuáles son los adecuados? ¿A dónde comprarlos? ¿Cómo puedo confiar en un producto? Estas preguntas son difíciles de responder para un neófito en el tema. Por eso, es habitual que los interesados por el CBD recurran a profesionales para tomarlo con garantías. A pesar de disponer de buenos expertos en cannabinoides, algunos consumidores, por motivos diversos, optan por comprar CBD sin ninguna orientación profesional. Hasta el momento el drama ha sido que en ocasiones lo han hecho sin demasiadas garantías. Pero parece que la venta de productos de CBD sin control está tocando a su fin. Este 2019 la Unión Europea regulará la su comercialización como «nuevo alimento», es decir, los requisitos para venderlo serán los mismos que cualquier otro alimento que no tenga una larga historia. Queda mucho trabajo para alcanzar el mejor escenario posible en que el CBD esté totalmente normalizado, los procesos de comercialización estén bien claros y los pacientes puedan recurrir al cannabinoide con total garantía y seguridad, pero sin duda que nos dirigimos hacia él.

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